martes, 25 de agosto de 2020
Ludwig van Beethoven (Ep.10)
Programa 436 (20/VI/2020)
"Testamento Heiligenstadt"
A mis hermanos Karl y Johann:
Ustedes piensan que soy un ser odioso, obstinado, misántropo, o que me hacen pasar por tal, ¡qué injustos son!
Ignoran la secreta razón de lo que así les parece. Desde la infancia, mi corazón y mi espíritu se inclinaban a la bondad y a los tiernos sentimientos. Aun cuando estaba siempre dispuesto a acometer granes actos, pero piensen que tan solo desde hace casi seis años he sido golpeado por un mal pernicioso, que médicos incapaces han agravado. Decepcionado de año en año, en la esperanza de una mejoría, forzado a terminar considerando la eventualidad de una larga enfermedad, cuya curación, de ser posible, exigiría años.
Nacido con un carácter ardiente y activo, inducido a las distracciones de la vida social, he debido muy pronto aislarme, vivir lejos del mundo, en solitario.
A veces creía poder sobrellevar todo esto, ¡oh!, cómo he sido entonces cruelmente llevado a renovar la triste experiencia de no oír más. Y, sin embargo, no me era posible decir a os hombres: Hablen más fuerte, griten, porque soy sordo.
¡Ah!, cómo poder confesar la debilidad de un sentido que en mí debería existir en un estado de mayor perfección que en los demás.
De un sentido que he poseído antes en su mayor perfección, en una perfección tal que muy pocos músicos le han conocido jamás.
¡Oh!, no puedo más. Perdónenme también si me ven al margen, cuando me uniría gustosamente con ustedes. Mi desgracia me resulta doblemente penosa, pues por ella debo llegar a ser desconocido; para mí se acabaron los incentivos en la sociedad de los hombres, las conversaciones inteligentes y las mutuas expansiones.
Absolutamente solo, o casi, solamente en la media en que lo exija la más absoluta necesidad podre volver a tener contacto con la sociedad; debo vivir como un proscrito. Si me acerco a la gente, estoy enseguida atenazado por una angustia terrible: la de exponerme a que adviertan mi estado.
Así he pasado estos últimos seis meses en el campo, aconsejado por mi inteligente medido, para cuidar mis oídos lo más posible. Él previó, casi, mi actual situación, aunque a veces, arrastrado por el instinto de la sociedad, me he dejado desviar del camino señalado. Pero qué humillación cuando alguien a mi lado oía el sonido de una flauta a lo lejos y yo no oía nada, cuando alguien oía canta a un pastor y yo tampoco oía nada. Tales situaciones me empujaban a la desesperación, y poco ha faltado para poner yo mismo fin a mi vida…
Ludwig van Beethoven
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Ludwig van Beethoven (Ep.9)
Programa 435 (13/VI/2020)
Querido Franz:
Durante este último invierno me sentí realmente mal, pues tuve ataques de verdad terribles de cólicos y de nuevo recaía del todo en la condición anterior.
Y así permanecí hasta hace unas cuatro semanas cuando fui a ver a Bering. Pues comencé a pensar que mi situación exigía la atención de un cirujano y en todo caso tenía confianza en él. Bien, consiguió controlar casi del todo esta violenta diarrera.
Recetó baños tibios en el Danubio a lo cual tenía que agregar siempre un frasco de ingredientes fortalecedores. No recetó medicinas hasta hace unos cuatro días en que me ordenó tomar píldoras para el estómago y una infusión para el oído. Puedo decir que como resultado de todo esto me siento fuerte y mejor; pero mis oídos continúan zumbando y gimiendo el día y la noche.
Debo confesar que llevo una vida miserable. Durante casi dos años he dejado de asistir a mis obligaciones sociales, porque me parece imposible decir a la gente: estoy sordo. Si tuviese otra profesión podría afrontar mi enfermedad, pero en la mía es un inconveniente terrible.
Y si mis enemigos, de los cuales tengo buen número, se enterasen del asunto, ¿qué dirían?.
Para ofrecerle una idea de esta extraña sordera le diré que en el teatro tengo que sentarme muy cerca de la orquesta para comprender lo que el actor dice, y que a cierta distancia no puedo oír las notas altas de los instrumentos o las voces. Con respecto a la voz hablada, es sorprendente que algunas personas jamás hayan advertido mi sordera, pero como siempre fui propenso a episodios de distracción atribuyen a eso mi dureza de oído. A veces apenas puedo oír a una persona que habla bajo consigo oír los sonidos, es cierto, pero no puedo distinguir las palabras. Pero si alguien grita, tampoco lo oigo.
Sólo Dios sabe en qué me he convertido. Bering dice que mi oído ciertamente mejorará, aunque es posible que o pueda curarse del todo la sordera. A estas horas a menudo maldigo el camino de la resignación. Si ello es posible, desafiaré mi destino, aunque creo que mientras viva aquí habrá momentos en que yo mismo seré la criatura más desgraciada de Dios…
¡La resignación, qué desdichado recurso! Sin embargo, es todo lo que me resta…
Ludwig van Beethoven
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Ludwig van Beethoven (Ep. 8)
Cuando éramos todavía jóvenes (yo, que no era más que un simple agregado de embajada,
y Beethoven que sólo era célebre como pianista y todavía poco conocido como compositor),
nos encontramos en la casa del príncipe Lobkowitz.
Un señor que tenía fama de gran entendido tuvo con Beethoven una conversación sobre la
situación social y las fantasías de los poetas. “Lo que me gustaría –dijo Beethoven- es no
tener que regatear con os editores, querría encontrar un que me asegurase una renta vitalicia
determinada mediante el derecho a publicar todo lo que yo compusiera, y no me haría rogar para
componer.
Creo que Goethe lo ha hecho así con Cotta y, si no me equivoco, el editor de Haendel ha hecho
lo mismo en Londres”. “Pero, querido joven –replicaba el señor con tono apremiante--, no debe
lamentarse, usted no es ni Goethe ni Haendel, ni es probable que llegue a serlo; como tales
maestros no volveremos a ver jamás”. Beethoven se mordió los labios y se calló.
En ese momento intervino Lobkowitz, que le observaba: “Mi querido Beethoven –le dijo-, el señor
no tenía intención de ofenderlo. La mayoría de los hombres son de la opinión de que la generación
presente no es capaz de producir talentos tan poderosos como los del pasado, que ya han conquistado la Loria”.
Beethoven replicó: “Es lamentable, excelentica, pero con hombres que no tienen ni fe ni estima por mí,
porque no soy aun universalmente famoso, no puedo tener ninguna relación”
(Recuerdos de Griesinger, diplomático sajón en Viena,transcriptos por Seyfried)
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viernes, 31 de julio de 2020
Ludwig van Beethoven (Ep.6)
Programa nro. 432 (23/V/2020)
Viena, 2 de agosto 1794
Querido Simrock:
Le prometía en mi carta anterior enviarle alguna cosa mía, y lo ha interpretado como una palabra de caballeros. ¿Por qué he merecido esa calificación? ¡Bah!, ¿quién emplearía tal lenguaje ene estos tiempos democráticos?
Para desmerecer esta cualidad que me ha dado, cuando haya emprendido una gran revisión de mis composiciones, lo que será pronto, tendrá algo mío, que imprimirá con seguridad.
Pero, ¡al diablo los negocios!.
Aquí hace mucho calor, los vieneses están inquietos; pronto no podrán encontrar helados, pues el invierno ha sido tan poco frío que el hielo anda escaso.
Aquí se ha encarcelado a muchas personalidades; se dice que va a estallar una revolución, pero creo que mientras el austriaco tenga cerveza negra y salchichas no se sublevará. Las puertas de los suburbios deben cerrarse a las diez de la noche. Los soldados tienen sus armas cargadas. No se puede hablar alto o la policía te encuentra un alojamiento.
Si sus hijas son ya mayores, guárdeme una como novia; porque aunque estaba soletero en Bonn, no creo que lo siga estando durante mucho tiempo.
Vuestro Beethoven
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